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Hacia una vejez creativa Dr. Javier Mariátegui Chiappe (*)
El progreso de la medicina y factores conexos, ha aumentado la expectativa de vida, que se hace patente en la última fase del ciclo vital. Como se ha especulado recientemente, el progreso legítimo de la gerontología sería que una persona de 80 años tenga la capacidad mental y la vitalidad de un hombre de 60. Se habrá entonces ganado dos décadas en lugar de una, como ha sucedido en nuestro tiempo. Para los fines prácticos de esta exposición, nos limitaremos a una comprobación demográfica: siguiendo a BeIsky, encontramos "útil distinguir entre dos subgrupos eronológicos de adultos de edo avanzada: el anciano j~ven y el anciano-anciano" `. El anciano joven, definido arbitrariamente como el individuo de 65 a 75 años, característicamente, no experimenta enfermedades incapacitantes. "El anciano-anciano, que se encuentra a finales de la década de los 70 y más allá, parece que es diferente. Dado que tiene más probabilidades de padecer incapacidades fisicas y mentales, es más propenso a ajustarse a nuestro estereotipo tradicional de persona anciana, dependiente y frágil' (Janet K. Belsky,'). Y en el futuro, con el aumento de la extensión cronológica de la vida, las minorías étnicas, si las condiciones socio-económicas no varían, mantendrían el estereotipo de "ser pobre y viejo" (3). No se trata de repetir la consigna, más desiderativa que realista, de los utopistas del siglo pasado, que pensaban que la vida humana se acercaría a la registrada en los tiempos bíblicos y que la temprana vejez de los hombres se debe solamente a sus condiciones de clase, que lo expone a penurias y privaciones que limitan la extensión de la vida. Sobre este tema insistiremos después. Entre los psiquiatras, Butier `, conocido como lo cita Arieti por sus estudios de psiquiatría de la vejez, ha referido los casos de grandes hombres que han disfrutado de una larga existencia, sin mengua, por el contrario con vida "productiva hasta el fin" `. Los personajes ilustrativos son muchos, como Miguel Angel, Tiziano, Tintoreto, Cervantes, Voltaire, Goethe, Tennylinson, Humboldt, Franck, Hugo, Verdi, Tolstoi, Bernard Shaw y Sigmundo Freud. Arieti suma legítimamente, a nuestro ver, a Churchill, Bertrand Russell y Pablo Picasso "'. Otros nombres del pasado reciente podrían agregarse a esta enumeración. Aunque la hipótesis de Lehmann (1953), (citado por Arieti,), que la longevidad y la creatividad van asociadas, los relatos autobiográficos dan cuenta de autores, mayormente escritores de sus memorias, que han tenido una larga vida, y agrega, lo que se corrobora, en estos tiempos de mundialización del saber, que la propia redacción de las memorias tiene un efecto terapéutico en consonancia con el adagio popular que el único elíxir de larga vida, de eficacia comprobada, es la actividad intelectual permanente y sistemática. La creatividad, en suma, "puede surgir en cualquier edad, aún la más avanzada y parece tener un efecto saludable sobre la persona creadora. Esto es, la vejez no es creativa per se, pero en las personas dedicadas al trabajo intelectual, aun con fallas de la memoria, ésta se puede compensar por otros recursos "como una visión más vasta de la vida y grandes poderes de asociación" (Arieti,2). Es de interés explorar algunos aspectos neurobiológicos de la vejez en función de los estímulos sociales, a las sociedades "creativogénicas" como las llama Silvano Arieti. Recordando al antropólogo A. Montagu, creador de la concepción del daño cerebral sociogénico", señala: "La mala nutrición social, a la vez estructural y funcionalmente, puede ser tan nocíva para el cerebro y el espíritu como la mala alimentación fisica. Esta mala nutrición sociogénica afecta los cerebros de millones de seres humanos no sólo en los Estados Unidos sino en el mundo entero" (12). Es una forma de daño cerebral que ha recibido muy poca atención. Y, sin embargo, "constituye un problema endémico de proporciones importantes". Este "daño" puede cambiar cuando se da en "un medio creativogénico" (2) . La influencia del medio tiene una importancia grande en la conservación de sus adultos mayores. "Es la sociedad, más que la biología, la que hace viejos a los viejos", ha escrito Víctor Alba. "Tanto mejor se conservan y más duran cuanto más intensa ha sido la vida intelectual. La historia de la cultura nos presenta numerosos ejemplos de ancianos creadores" (1). Las personas mayores suelen ser más reflexivas y críticas: "Con los años se afina la capacidad crítica, se perfecciona el razonamiento sobre los conocimientos relativos a la actividad normal, por la acumulación no sólo de trabajo, sino también de contactos humanos. A medida que avanza en edad, el hombre piensa más y piensa mejor (cada uno a su nivel educativo, desde luego), lo cuál no quiere decir que piense más acertadamente, sino que deja menos margen al dominio de las emociones en la guía de su conducta" (1). Aquí es donde apunta la perspectiva teleológica de Honorio Delgado, quien reconoce en una minoría de ancianos, "no la decadencia sino la madurez, con la riqueza de la experiencia, el temple de la cordura y la sazón de la sabiduría" (6). Y cita el maestro peruano a Baltasar Gracián, quien describió la "senectud óptima" de quienes, "al paso que van perdiendo los sentidos, van ganando el entendimiento, tienen el corazón sin pasiones y la cabeza sin ignorancias" (Gracián,9). Los humanistas renacentistas, como Erasmo y Tomás Moro, se detienen mayormente en "el anciano ejemplar. En la isla ideal de "utopía" Tomás Moro da a los ancianos los puestos de poder, instando al cuidado de los que necesitan ayuda pero estimulando las ocupaciones que les proporcionen el "sentimiento de ser útiles". En el siglo XIX serían los utopistas los encargados de dígnificar la vejez, en tiempos en que comenzaba su estigmatización. Conviene recordar que la vejez es aún hoy un estigma, por la ambigüedad mostrada por los jóvenes y adultos hacia esta etapa de la vida. Existe por tanto una serie de acciones orientadas a la búsqueda de una vejez sana, sin limitaciones fisicas ni mentales, con el fomento de las disposiciones innatas para el desarrollo de la creatividad. Así como la maduración es un proceso que, con fases críticas reconocibles, se mantiene hasta el final de la vida, la creatividad puede y debe ser estimulada con los medios existentes, que reflejen una preocupación de las comunidades de este mundo globalizado de hacer de la vida en su conjunto un proyecto posible, una utopía realizable. Con la movilización de estos recursos, la etapa final de la vida proporciona no solo conformidad sino disfrute. Sobre el particular ha escrito Simone de Beauvoir: "Sucede que, prolongado sin discontinuidad la vida de adulto, la vejez pasa por así decirlo en silencio. Paraesotiene que desarrollarse en circunstancias favorables, y también es preciso que la vida anterior proporcione al anciano un conjunto de intereses intelectuales y afectivos que resistan al peso de los años (5). La percepción de los años adultos varía mucho con la estimativa personal. Es una experiencia corriente que, como André Gide, se pueda decir: "Debo hacer un gran esfuerzo para convencerme que tengo hoy la edad de los que me parecían tan viejos cuando yo era joven" (citado en 5). Importa mucho en esta definición personal de la vejez el estilo de vivir y el proyecto vital. Cuando ambos se proyectan al futuro, la "vejez joven" es una situación corriente. Es "un sentimiento íntimo de juventud" el que establece distancia entre la condición personal y la cronología estricta. Los deterioros de la memoria para los hechos cercanos, la fácil fatigabilidad, las quejumbres de un ser corporal que sufre la usura del tiempo, la misma percepción del tiempo sin perspectivas de realización, entre otros aspectos negativos de los años, se* compensan con nuevas posibilidades: "En varios sectores - filosofia, ideología, política- el hombre de edad es capaz de visiones sintéticas vedadas a los jóvenes. Es preciso haber observado, en sus semejanzas y sus diferencias, una vasta multiplicidad de hechos para saber apreciar la importancia o la insignificancia de un caso particular, reducir la excepción a la regla o asignarle su lugar, subordinar el detalle al conjunto, dejar de lado la anécdota para desprender la idea. Hay una experiencia que sólo pertenece a los viejos:la de la vejez misma. Los jóvenes sólo tienen de ella nociones vagas y falsas. Hay que haber vivido mucho tiempo para hacerse una idea justa de la condición humana, para tener una visión general de la manera en que pasan las cosas; sólo entonces se es capaz de 'prever el presente', que es la tarea del hombre político. Por eso en el curso de la historia se ha confiado a menudo altas responsabilidades a hombres de edad" (S. de Beauvoir', las cursivas son nuestras). "La longevidad -apunta Alexis Carrel- no es deseable si no representa la prolongación de la juventud". Un asunto importante porque sus perturbaciones pueden ser prevenidas o evitadas, son los trastornos de la memoria, tan recalcados en el adulto mayor. Siguiendo a Minkowski (11) no es que los años hagan desaparecer los rastros mnemónicos, sino una condición más general, que podríamos llamar una filosofía personal sobre el tiempo vivido. Con menos futuro por delante con respecto al medio social, la "presentificación" parece la realidad actual como la única que da serenidad a la gente añosa; de ahí los trastornos de la memoria de fijación, que obligan a un trabajo psíquico más complejo por exigir continuidad con los hechos de la vida cotidiana. Los recuerdos antiguos no exigen este esfuerzo de continuidad o de proyección en el futuro y son por lo tanto más fáciles de evocar. El tiempo es la medida de la continuidad, de la duración, de la densidad de lo vivido para decirlo de manera metafórica. En la persona mayor, el tiempo para ser evocado, debe espacializarse (aunque el tiempo como duración siempre es un espacio). Y no es tarea muy compleja ejercitarse en la memoración recurriendo al espacio en que el tiempo se ordena. "Normalmente, pasada la juventud -escribe Honorio Delgado- a medida que el hombre progresa en edad y a medida que disminuyen sus expectativas de la existencia por acortarse el porvenir posible, aumenta la importancia o idealización del pasado en la experiencia viva de la temporalidad. Correlativamente, el presente se vuelve menos rico, el correr del tiempo parece más veloz y los años y las épocas, que antes se juzgaban extensos o remotos, dan la impresión de abreviarse y dejarse abarcar más fácilmente que antes. Todo hace pensar que la conciencia del tiempo se torna más y más esquemática, por la mengua de lo imprevisto, el vigor de la rutina y la monotonía de la acción, pero sobre todo por la falta de espontaneidad, falta anexa al cambio del tempo vital debido a la transformación del organismo, tanto menos ágil cuanto más envejecido" (7). La "cultura de la ancianidad" propuesta por el estudioso catalán Josep M. Fericgla, nos parece un amplio enfoque antropológico, que abarca la heterogénea escala valorativa, con elementos culturales y biológicos (8). El desarraigo, la escasez de recursos económicos, la importancia de la estructura familiar, los espacios habitados, en fin, todo un conjunto de valores sociales y hasta una semántica propia para el reconocimiento del hombre mayor, los grey panthers norteamericanos (8). El conocimiento de la psicobiología del tiempo no es un ejercicio teorético, ajeno a los alcances prácticos en materia preventiva. Está en la dinámica misma de todas las medidas de la gerontología actual, destinadas al mejor llevar de los años en el tramo final de la vida. Aquí vienen en nuestro auxilio las palabras del poeta Saint-John Perse: "Vejez mentíais... el tiempo que el año mide no es la medida de nuestras vidas", En la metáfora poética de Henri Fédéric Amiel, "Saber envejecer es la obra maestra de la vida, y una de las cosas más difíciles en el dificilísimo arte de la vida". El propósito de estas palabras es el de meditar sobre un tema de siempre, con miras a lograr 9a madura senectud de quienes hasta la víspera misma de su muerte saben vivir en continuo crecimiento espirituaP (Laín Entralgo," ). Bibliográfia 1. Alba, V., Historia social de la vejez, Laertes, Barcelona, 1992. 2. Arleti, S., La creatividad, Fondo de Cultura Económica, México, 1993. 3. BeIsky, J. K., Psicología del envejecimiento, Masson, Barcelona, 1996. 4. Butler, R.N., "The destinity of creative in later life: studies of creativite people and the creative process". En S. Levin & R. J. Kahana, Eds., Psychodynamic studies on anging, New York, International Universities, 1967. 5. De Beauvoir, S., La vejez, Sudamericana, Buenos Aires, 1970.6. Delgado, H., "Psicología normal y psicopatología de la inteligencia". Revista de Neuro-Psiquiatría, 3:201-354,1940. 7. Delgado, H., Ecología, tiempo anímico y existencia, Losada, Buenos Aires, 1948.8. FericgIa, Josep M., Envejecer. Una antropología de la ancianidad, Anthropos, Barcelona, 1992 9. Gracián, Baltasar: "El criticón", tercera parte, pág. 700, en Obras Completas, M. Aguilar, Madrid, 1944. 10. Laín Entralgo, P., Antropología Médica para clínicos. Salvat Editores, Madrid, 1984. 11. Minkowski, E., El tiempo vivido, Fondo de Cultura Económica, México, 1973. 12. Montagu, A., "Sociogenic brain damage", American Anthropologist, 74: 1045-1061, 1972.
(*)Profesor Emérito, Profesor Principal, UPCH, Titular de las Academias Nacional de Medicina y Peruana de la Lengua. |