A
PROPÓSITO DE LOS TRANSTORNOS DE LA CONDUCTA ALIMENTARIA
En la historia
de las civilizaciones, según Diego
Gracia, se pueden distinguir tres conceptos de salud y enfermedad: “ El
primero, propio de las culturas primitivas, inter- preta la enfermedad
en términos de des-gracia y la salud como gracia; en un segundo
momento la salud se va a ver como orden y la enfermedad como des-orden.
Finalmente, la cultura moderna entenderá la salud como dicha y
la enfermedad como desdicha”.
La definición de salud de la OMS como bienestar general y no
sólo ausencia de enferme- dades, ubica el énfasis del concepto
en la dicha que tal estado representa. En tal sentido, los Trastornos
de la Conducta Alimentaria (TCA) resultan paradojales, pues la experiencia
psicoterapéutica ha descrito que, por lo menos en la Anorexia
Nervosa como la Bulimia y en la Ingesta Compulsiva con obesidad, los
pacientes experimentan, en el momento activo de los síntomas una “sensación
de bienestar” a pesar de la objetiva patología de los mismos.
De ello se deriva que el problema central del tratamiento dependa fundamentalmente
de la falta de conciencia de enfermedad y, por ende, de la necesaria
motivación para superarla. Este rasgo clínico, la ausencia
de conciencia de enfermedad, es distintivo de los cuadros psicóticos,
habiendo hecho proponer a algunos psiquiatras su consideración
en la dinámica de los TCA y recomendar tratamiento antipsicótico
en tales casos para eliminarla. El anoréxico “se siente
y se ve normal”, es decir, “ se percibe en salud” y
no entiende porque hemos de oponernos a tal bienestar forzándolo
a subir de peso. En tal perspectiva, el trastorno es sintónico
con la personalidad y, consiguientemente, es defendido por ésta
ante la “agresión terapéutica” que intenta
arrebatárselo. El paso fundamental en la terapia corresponde a
lograr que el paciente perciba la enfermedad como distónica y
ajena al Yo, y, conse- cuentemente, susceptible al tratamiento para vencerla.
Estadísticamente, los TCA vienen constitu-yéndose en problema
de salud pública. Afectan a millones de seres humanos y conducen,
a miles de ellos, a la muerte. En Estados Unidos, aproximá- damente
el 60% de su población sufre de sobrepeso. De ellos, 34% cumple
los criterios de obesidad (20% de peso corporal por encima de lo normal).
En los últimos años, en la medida que se profundiza en
las particularidades del trastorno, se vienen desglosando nuevos tipos
clínicos. Entre ellos tenemos el Trastorno de Parranda de Comida
(Binge Eating Disorder); el trastorno Dismorfofóbico (Body Dismorphic
Disorder), cuadro en el cual el paciente muestra extremada preocupación
por su apariencia física, las características de su cuerpo,
peso y tamaño, o por cualquier signo de probable imper- fección
física. A ellos se agrega un conjunto de trastornos de difícil
clasificación pero vinculados por algunos parámetros clínicos
similares; por ejemplo, la Anorexia Atlética, caracterizada por
el ejercicio físico compulsivo; la Dismorfia Muscular, (sujetos
obsesionados por un sentimiento de insuficiencia corporal y que, aún
a despecho del buen desarrollo de su musculatura, permanecen convencidos
de que ésta es frágil e insuficiente); la Ortorexia Nervosa
(perso- nas obsesionadas por comer exclusivamente comida “de calidad
superior, pura o apropiada”); el Síndrome de las Comilonas
Nocturnas, en el cual el paciente muestra muy poco apetito en las mañanas,
posterga el almuerzo por muchas horas e invierte su ritmo en ingesta
alimentaria; el Trastorno de la Alimentación Relacionado al Sueño
Nocturno, en el cual la persona, en trance sonambúlico, ingiere
alimentos; el Síndrome de Rumiación, (el paciente mastica,
pasa el bolo alimentario y luego lo regurgita para masticarlo nuevamente
y continuar el ciclo); el Síndrome de Prader-Willi, trastorno
de origen congénito asociado a retardo mental y problemas de conducta
e impulso constante a comer; la Pica, (deseos intensos de comer elementos
no comestibles, tales como tierra, plastelina, tiza y otras); el Síndrome
del Vómito Cíclico, de particular presencia en niños,
con periodos de vómitos frecuentes que pueden acompañarse
de dolores migrañosos; el Síndrome de Masticar y Escupir,
en el cual el sujeto prueba alimento, lo mastica y luego lo escupe, tratando
de disfrutar el sabor y el agrado de la comida pero evitando ingerir
sus calorías. A todo ellos hay que agregar, para comprender la
extensión del problema, las formas subclínicas de los TCA
y el hecho de que el 72% de mujeres alcohólicas, menores de 30
años, presenta un TCA como co-morbilidad.
Sin tratamiento, aproximadamente
el 20% de los sujetos afectos de TCA fallecen. En los casos tratados,
alrededor del 60% se recupera disminuyendo
la letalidad al 2-3%. El 20% sólo presenta parcial mejoría
y el 20% restante evoluciona hacia la cronicidad con alto riesgo de fallecer
o complicarse con otros trastornos, especialmente alcoholismo y drogadicción.
El sufrimiento familiar que
provocan estos cuadros es elevado. La conducta de búsqueda de ayuda es generalmente iniciada por la familia,
especialmente la madre. Por ello, y ante la eficacia aún parcial
del enfoque médico, se han generado muchas instituciones sociales
de autoayuda. En Estados Unidos existe la Asociación Nacional
de Anorexia Nervosa y Trastornos Asociados, organización que ha
informado que en dicho país, aproximadamente 8 millones de personas
sufren de anorexia nervosa, bulimia y trastornos conexos.
Entre los factores biológicos destaca que la presencia de TCA
en familiares de primer grado del paciente aumenta en 13 veces la probabilidad
de presentar el problema en comparación con personas sin tales
antecedentes. No debe descartarse, sin embargo, el mecanismo de aprendizaje
vicario, pues el niño o niña, (futuros pacientes) han crecido
en un ambiente en el que esas conductas han sido continua- mente expresadas
y la comida ha constituido elemento relevante en la cultura familiar,
tanto como calmante de ansiedad como de depresión.
La mejor intervención terapéutica es la que plantea un
trabajo de equipo multiprofesional con enfoque multidimensional. El manejo
de la familia es fundamental; y, como ya hemos señalado, lograr
que el trastorno se convierta en distónico al Yo del paciente,
básico. Farmacológicamente se han emplea- do diversos grupos
de drogas pero ninguno con aceptación unánime. Últimos
informes ingleses advierten que siendo el uso de paroxetina efectivo
en población adulta es de riesgo en pacientes menores de 18 años
por la emergencia de conductas suicidas, efecto que deberá investigarse
en su real significación.
Finalmente, pensamos que toda
enfermedad tiene en su expresión
clínica una construcción socio cultural y que los TCA pudieran
muy bien estar expresando el malestar de nuestra civilización
en torno al significado de una necesidad tan vital como es la alimentación,
que, como sabemos, psicológicamen-te se encuentra íntimamente
vinculada al proceso de humanización del niño y del dar
y recibir afecto. En la experiencia psicoterapéutica que hemos
tenido con estos pacientes destaca que, por debajo de la capa consciente
de negación de la gravedad del trastorno, los sujetos afectos
acusan enormes sentimientos de soledad y de carencia afectiva. Y, aparte
del tema central de su obsesión por la comida, muestran marcada
inmadurez emocional y, frecuentemente, alteraciones en la vida romántica
y sexual.
Aún así, existe consenso técnico en aceptar que
se desconoce mucho de su dinámica íntima y la etiología
aún está por precisarse. La necesidad de investigación
en este complejo campo resulta incuestionablemente urgente así como
preguntarnos ¿por qué ataca más a la población
adolescente y al género femenino?
Doctor Alberto Perales
Cabrera
Profesor Principal de Psiquiatría y
Coordinador de la Maestría de Bioética,
de la Facultad de Medicina de la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM).
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