VOLÚMEN 52 - NÚMERO 1 - ENERO - MARZO 2013

   

Jorge Fernando Díaz Encinas *
1920-2012

Familiares, amigos, colegas, alumnos, señoras y señores:

Valga esta oportunidad cercana a su desaparición física, para tributar nuestro testimonio de afecto, respeto y reverencia al Dr. Jorge Díaz Encinas; quien dejó de existir el 7 de julio del 2012. Fue un paradigma de profesor universitario, médico- cirujano de profesión quien después de algunos años de ejercer labor asistencial y de desempeñarse como profesor de Histología en la Universidad Mayor de San Marcos pasó a laborar como Profesor Principal a dedicación exclusiva a partir de 1962, en la cátedra de Histología de la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa hasta su jubilación y, luego, trabajó en la Universidad Católica de Santa María de Arequipa, como Profesor de Histología y además ejerció el cargo de Presidente Ejecutivo de la Comisión de Gobierno de la Facultad de Medicina Humana.

Su infatigable labor trascendió las fronteras de nuestro país al realizar un postgrado en microscopía electrónica en la Universidad de Berlín (Alemania Occidental), también realizó labor docente en la Facultad de Ciencias de la Salud: Escuela de Medicina de Maracay de la Universidad Autónoma de Carabobo (Venezuela).

Su desaparición nos ha dejado compungidos por el misterio insondable de la muerte que nos abre un portal hacia el infinito inmaterial en el cual no existe la dimensión temporal, adonde, creemos, nuestras almas irán al final de nuestra existencia terrenal; pero en esta tierra dejaremos nuestra vestimenta material para que se reintegre al universo.

Muchísima gente tiene una deuda impagable de gratitud con la persona de Jorge Díaz Encinas. Sus familiares, por haber recibido el cariño y la solicitud de sus cuidados; sus alumnos, entre los que incluimos a los profesores que trabajaron bajo su dirección, por haber tenido el privilegio de conocerlo en su faceta de docente ejemplar que brindó sin ambages su sabiduría y sus consejos; sus amigos, por su afecto y confianza leal y, en fin, toda la gente que lo conoció, por haber recibido siempre un trato fino y atento.

En este momento de meditación y de recogimiento es oportuno recordar algunos aspectos de la vida del padre ejemplar, del maestro por antonomasia, del amigo sincero; pero, sobre todo, del excelente ser humano que nos acompañó y apoyó en este proceso de transitar por la faz de la tierra.

Hace medio siglo que tuve la suerte de conocerlo y de trabajar bajo su supervisión y lo primero que me impresionó considerablemente fue, su gran sensibilidad social: en el anochecer de una tarde de invierno mientras salíamos conversando de la Facultad de Medicina de la UNSA, en la explanada delantera del edificio vimos a un niño descalzo que estaba llenando, en un bidón, agua del caño que servía para regar los jardines adyacentes y del cual, por la tarde, solían proveerse de agua potable algunos vecinos pobres de la Pampilla. El aspecto triste del infante con los pies curtidos por el frío llamó la atención del Profesor quien se acercó al niño conversándole y, valiéndose de una delgada rama desprendida de un arbusto vecino le tomó la medida de la planta del pie. Yo pensé que había despertado la curiosidad del investigador el tamaño del pie en relación a la talla del niño y que iba a formular una hipótesis respecto al mayor desarrollo del pie debido a la falta del uso de calzado. A los pocos días, grande fue mi sorpresa cuando volví a ver al niño junto al caño, pero esta vez tenía puestos un par de zapatos nuevos. No hace falta mucha imaginación para sacar conclusiones al respecto.

Un docente por excelencia

Desde el comienzo la personalidad del Profesor Díaz Encinas, nunca dejó de asombrarnos por su don de gentes, su absoluto apego a la verdad, su compromiso con la labor docente que realizó con verdadera fruición o complacencia al entregar su sapiencia casi en forma subliminal, sin ningún alarde de erudición; en sus conversaciones cotidianas nos enteraba de las últimas novedades científicas. Sus clases magistrales fueron modelos de comunicación con los alumnos, eran un deleite para el oído y sobre todo para la vista, sus dibujos esquemáticos a todo color realizados en la pizarra resultaban obras de arte, nunca pudimos imitarlo; ante nuestras preguntas nos refirió que había estudiado en la Escuela de Bellas Artes, pero yo creo que el maestro tenía una disposición innata especial para percibir la belleza en todas sus formas, esta cualidad la utilizó en la preparación de láminas histológicas en las que lograba efectos espectaculares de colorido que nos hacía pensar en los mágicos tapices orientales; en toda mi experiencia no he visto preparaciones histológicas tan bien logradas como las que realizaba el maestro. Su proa visionaria de investigador estaba dirigida a la búsqueda de la verdad y de la belleza a la que encontraba en las diversificadas formas de vida microscópicas, en los tejidos de los animales y plantas y en general en la misma naturaleza: la luminosidad del cielo arequipeño lo maravillaba, la costumbre lugareña de reventar cohetes lo tenía intrigado, según él, no había día que no estallaran estos artificios pirotécnicos; se tomó el trabajo de dejar funcionando una grabadora con el micrófono colgando de una ventana por varias noches para registrar el sonido de los famosos cohetes que pasaban desapercibidos para la mayoría de nosotros. Pero donde destacaron sus dotes de investigador fue en el estudio histológico de los órganos de la vizcacha (Lagidium viscacia) de las grandes altitudes lográndose descubrir particularidades muy curiosas que fueron presentadas en una Jornada Internacional, uno de los varios hallazgos fue la existencia de asociaciones de glomérulos en el riñón que tenían comunicaciones entre sí; tal disposición no ha sido descrita en animales de otras altitudes.

Un padre ejemplar

No soy el indicado para rememorar las virtudes de la vida familiar de Jorge Díaz Encinas. Pero puedo colegir que formó un hogar muy feliz porque en todas sus conversaciones amicales no dejaba de comentar elogiosamente de su esposa y de sus hijos; quienes, estoy seguro, deben sentirse orgullosos y agradecidos de haber tenido un esposo y un padre, respectivamente, de tan alta calidad humana. También estoy seguro que su espíritu estará en adelante sobrevolando para acompañar e interceder por sus seres queridos y por todos nosotros; porque si alguien puede irse de inmediato al cielo, éste tendría que ser de la talla moral de Jorge Díaz Encinas.

Un ser humano excepcional

De vez en cuando el género humano tiene entre sus miembros seres dotados de todos los valores que enriquecen nuestra vida. Jorge Díaz Encinas fue uno de ellos, puesto que, era capaz de discernir la verdad, percibir la belleza, sentir amor, anhelar la bondad, definir el mal y experimentar misterio; a lo que se agrega, la observancia o cumplimiento permanente de virtudes morales como: una absoluta honradez en el cumplimiento de su deber respetando la ley, sin beneficiarse ni beneficiar a otros irregularmente; honestidad al comportarse y expresarse con coherencia y sinceridad y de acuerdo con los valores de verdad y justicia; su puntualidad era proverbial, su generosidad, dignidad, laboriosidad, iniciativa, perseverancia, responsabilidad y tolerancia eran otras de sus virtudes encomiables.

¡Maestro!

Tu vocación de servicio la proyectaste hacia la comunidad con tu actuación desinteresada y abnegada en el ejercicio de la profesión médica, como también en tu dedicación a la Universidad en la que ocupaste importantes cargos directivos pero, sobre todo fue, tu labor docente la que siempre primó en beneficio de los alumnos. Tu trayectoria entre nosotros ha sido muy fructífera tanto en el cargo de Teniente Alcalde del Concejo Provincial, como en el Club Internacional, en el club de Leones, en el Club Arequipa y en el Colegio Médico, Instituciones a las que prestaste generosamente valiosos servicios. La sociedad y las instituciones mencionadas están en deuda contigo.

Tu caballerosidad y generosidad perdurará más allá de la vida: a partir de este momento ya nos estás dando el consuelo y el orgullo de haberte tenido entre nosotros, pero tus hijos y los hijos de tus hijos y así sucesivamente, continuarán portando el mensaje de la trascendencia de una vida noble y digna por los siglos venideros.

Gracias, maestro y amigo, por habernos brindado tanto bien. Tu recuerdo permanecerá inmarcesible en la memoria de quienes te conocieron. Y a partir de este momento, siempre que escuchemos el alegre estallido de un cohete en el confín del cielo, muchos de los lectores de esta nota, asociaremos su sonido con tu imagen imperecedera.

¡Descansa en paz!

Jesús Wilfredo Alarcón Luque
Medalla de Honor al Mérito Docente de la Universidad
Nacional de San Agustín (UNSA). Profesor Extraordinario
de la Universidad Católica de Santa María (UCSM).

*Miembro Correspondiente del Consejo Consultivo de la Fundación Instituto Hipólito Unanue.